martes, 21 de junio de 2011

El Estado ¿omnipotente?

Es un hecho innegable que  durante los últimos 12 años hemos vivido en un régimen político que pretende controlar todas las áreas de la vida social y económica del país. Si bien el socialismo del Siglo XXI ha intentado presentarse como distinto al comunismo del Siglo XX por estar basado en el “árbol de las tres raíces”, la gestión pública ha distado poco de lo que podría haber hecho cualquier líder del otro lado de la cortina de hierro durante el pasado siglo.


En lo económico es quizás donde puede observarse más claramente: expropiaciones  e invasiones de terrenos en el área rural, nacionalizaciones de empresas venezolanas  y extranjeras de muy diversa naturaleza, cierres de medios de comunicación, aprobación de medidas legales y administrativas (desde la LOPCYMAT hasta los requisitos de CADIVI) que facilitan el control de las empresas privadas que siguen en pie. Todo lo anterior ha redundado en una multiplicidad de llamados en defensa de la libertad individual y la propiedad privada, ciertamente hoy amenazadas. Pero nuestro Estado pretende ir aún más allá y legisla sobre cómo debemos mencionar el color de la piel de nuestro prójimo, por mencionar sólo una de las iniciativas más recientes.
He estado releyendo “La generación de relevo vs. El Estado omnipotente”. Cuando lo leí por primera vez era una adolescente, tocada como todos por la crisis de los ochenta, pero sin entender demasiado lo que pasaba alrededor a pesar de leer con ávida curiosidad cuanto se escribía sobre nuestra coyuntura nacional. Lo que más me impresiona al revisar este texto más de 25 años después de su publicación es que sólo hace falta actualizar las siglas que identifican a los diversos organismos oficiales que se citan como ejemplo, porque la descripción del papel del Estado entonces no dista mucho del actual. Me pregunto si la percepción del ciudadano en aquella época era semejante a la de hoy, haría falta que me echara su cuento alguien que no fuera tan joven como yo en los tempranos ochenta.
Pero mi intención ahora no es redundar en la defensa de las libertades individuales, porque hay quienes lo hacen y probablemente mucho mejor que yo. Mi punto es que la omnipotencia del Estado venezolano es una ficción. Mi preocupación no es su excesiva fuerza o poder, sino por el contrario, su extrema debilidad.
La primera gran inquietud tiene que ver con la violencia e inseguridad en la que viven los venezolanos. Si tomamos la definición de Max Weber, el  Estado es la institución que monopoliza el uso legítimo de la violencia. En la actualidad, el Estado no sólo es incapaz de contener la gran violencia asociada a los actos delictivos, identificando a los malhechores para luego juzgarlos y sancionarlos de acuerdo a lo que establecen nuestras leyes. Por si lo anterior fuera poco, el Estado además debe compartir la tarea de salvaguardar la integridad de los ciudadanos con una creciente y próspera industria de la seguridad privada. Criminalidad creciente y privatización de la violencia legítima… ¡no parece omnipotente nuestro Estado en la más central de sus atribuciones!
Pero la debilidad de nuestro Estado es aún más evidente en los desastrosos resultados de su gestión: además de haber paralizado o quebrado casi toda aquella empresa que ha nacionalizado, la pobre ejecución se extiende a la construcción y mantenimiento de infraestructura, una de cuyas pruebas más dramáticas está en la crisis del sistema eléctrico nacional, que ya sabemos independiente de los vaivenes del clima o del gusto de ciertos reptiles por los cables de alta tensión.
La distancia entre lo que nuestro débil Estado legisla y la realidad se hace más dolorosa en lo que a los derechos sociales se refiere: no todos los ciudadanos acceden a servicios de salud, educación y seguridad social, tal como lo prevé nuestra constitución. No todos cuentan con un empleo digno. Muchos siguen esperando tener una vivienda. Y podríamos seguir con una larga enumeración de obligaciones pendientes.
En resumidas cuentas, a pesar de que pueda resultar contradictorio en un ambiente de alto intervencionismo estatal, la propuesta es que nuestro Estado no necesita ser desmantelado, sino fortalecido. Muchos de nuestros problemas requieren de una institucionalidad pública más sólida y eficaz. Repensar la función pública desde esta óptica es la principal tarea de cualquier opción que pretenda ser una alternativa para el futuro.

7 comentarios:

  1. Lissette: ¿esa sensación de vacío institucional no podría también ser provocada para, como en los totalitarismos, mantener a la población en un estado de indefensión y de alerta continua que impide movilizarlos en otras áreas de su vida ciudadana?

    Una de las cosas que demuestran las investigaciones de Arendt sobre el tema, y desde la ficción los trabajos de Orwell, es que en los regímenes donde el Estado pretende ser total, debe producirse la atomización de la sociedad, el rompimiento de los lazos de solidaridad social y la sensación de un estado de alerta y guerra permanente que esa pretensión totalitaria se convierta en realidad.

    ¿No será entonces lo señalado en el artículo parte de una estrategia que coadyuve en ese proceso de dominación total?

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  2. No lo niego, podría ser esa la intención! Sin embargo, puede logarrse? Creo que no. Haría falta alguna posibilidad de control efectivo, que sí ha existido en las experiencias de estados totalitaros. Y la ineficiencia es tal, que no lo han logrado en ningún ámbito. Creo que el infiernito criollo nos ayuda...

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  3. En eso comparto tu opinión. El Estado "chavista" demuestra una incapacidad en términos de gestión en todas las áreas que le competen, en su esencialidad como es el caso del monopolio de la violencia, o en las que ha decidido inmiscuirse debido a su vocación "totalitaria".

    Amanecerá y veremos.

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  4. El problema del Estado venezolano es que ha sido cooptado por el partido de gobierno. No son simplemente las relaciones clientelares y de patronazgos que tradicionalmente se urdieron en Venezuela sobre todo con Lusinchi. Es más una vocación antidemocrática y particularista de quienes dirigen el Estado: el poder por el poder a toda costa y sin importar para qué.
    Estoy de acuerdo contigo Héctor con la pretensión totalitaria, pero gracias a que el compromiso de la clase política chavista está más con la corrupción que con su proyecto es difícil que lo logren hacer a con éxito.
    Me preocupa es el día después de mañana. Cuando el Estado sea rescatado y veamos que es lo que queda y ver como se comporta el chavismo radical una vez fuera del poder. Por ahí he leído una consigna "Con Chávez Todo, Sin Chávez Plomo"...

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  5. Qué gusto poder discutir, debatir... Quisiera decir que difiero un tanto del análisis, así como del principal planteo que repiten tanto Héctor y Juan Manuel en sus comentarios, específicamente con relación a la identificación del Estado venezolano o la propuesta del chavismo con el totalitarismo (soviético).

    Creo, en primer lugar, que con relación a la interpretación totalitaria del Estado habría que, primero, plantear una reflexión clave en torno al populismo. Es decir, considerar las contradicciones que el chavismo como populismo implica y, por lo tanto, la dificultad que tiene para lidiar con los intereses encontrados, etc., en la conducción del Estado. También habría que pensar cómo la captura por parte del chavismo-como-populismo, no del Estado en sí, sino mas bien de una parte de lo que Gramsci llamaría la «sociedad política», es decir, del aparato político, las organizaciones, instituciones y ministerios del Estado venezolano, tampoco permite la fácil identificación entre chavismo y totalitarismo. La semejanza, considero, viene por otro lado.

    Finalmente, en lo que se refiere al populismo, habría que considerar (¡y solicitarle a Héctor, quien ha trabajado el populismo latinoamericano!), y desarrollar el punto que planteo: la diferencia entre el «totalitarismo» según la sociología y teoría política (¿principalmente norteamericana?) y una sociedad política favorable a una dirección populista… y, por lo tanto, la difícil conducción (del Estado venezolano) en estos términos, dada la expresión y pugna de contradicciones; «…la sustancial diversidad bajo la aparente identidad», diría Gramsci.

    En todo caso, ¿cómo no estar de acuerdo con la descripción que haces de (la muy patente) ineptitud y la profunda falta de eficacia, que vemos y vivimos, en tantas formas y en tantos niveles del Estado venezolano? Imposible no estar de acuerdo. Sí, ¡orden, eficacia, eficiencia, excelencia, virtud, por favor! Pero el chavismo no es totalitario, es populista, y, por lo tanto, sus contradicciones, considero, tendrían una legitimidad que desaparecemos al denominar la dirección de la sociedad política chavista como totalitaria.

    Otro punto, el cual también tiene consecuencias políticas y de análisis de interés: el Estado no es únicamente el aparato coercitivo (aquí con Antonio me planteo firmemente contra Max). Según la tradición hegeliana que desarrolla Gramsci en su lectura de Marx, el Estado, o lo que él llamaría el Estado ampliado o integral —pero que no escuchen los del gobierno eso de integral, porque evidentemente gustaría— se refiere al Estado como un organismo que analíticamente podemos comprender como la conjunción de la sociedad política (Estado como aparato y organizaciones políticas) y la sociedad civil. El Estado integral es el único que puede ser totalitario, y ese no es nuestro caso. Las principales organizaciones de la sociedad civil en su dirección, y en su forma de ser, etc., se diferencian de la internamente díscola propuesta chavista. «Con Chávez todo, sin Chávez nada», precisamente porque sin Chávez no hay anudamiento de las contradicciones, y anudamiento, ciertamente, no es resolución o «subsunción», etc.

    Mi Idealtypus gramsciano (¡saludos Max!) del Estado totalitario sería la del Estado integral. Y eso no lo vivimos, la sociedad civil venezolana (chavista, oficialista y no-chavista) se diferencia considerablemente del modelo o programa que la sociedad política trata de encarnar. Por ejemplo, el rector de la UCAB ni es chavista, ni piensa como Chávez, pero tampoco podría, ¿qué contradicción afirmaría?

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  6. Hola Lissette.

    Curioseando en los sitios que siguen algunos de mis amigos, llegué, a través de Héctor Hurtado, a tu blog. Muy bueno, te felicito.

    La reflexión que haces en esta nota es muy interesante.

    Tengo la misma percepción que tú, siento esa incongruencia entre las aspiraciones totalitarias que tiene el actual estado venezolano y, al mismo tiempo, su enorme ineficiencia en algunas áreas fundamentales que le competen.

    He escrito algunas cosas al respecto en mi blog, ojalá puedas verlas y luego intercambiar opiniones.

    ¡Saludos!

    http://juliolmarquezr.blogspot.com/2011/09/notas-dispersas-del-mismo-tema.html

    http://juliolmarquezr.blogspot.com/2012/01/notas-dispersas-del-mismo-tema-ii.html

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  7. Hola Julio! Me alegra saber que te ha gustado mi blog, aun cuando tiene unos meses inactivo: la autora está de momento en demasiado ajetreo. Prometo visitar tu blog y comentar. Saludos!

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