Las mediciones de pobreza se han realizado desde hace muchos años en lo que hoy es el Instituto Nacional de Estadística usando diversos métodos y fuentes, pero en el pasado no solían ser asunto de los titulares de prensa o los programas de opinión.
Las mediciones de pobreza se han realizado desde hace muchos años en lo que hoy es el Instituto Nacional de Estadística usando diversos métodos y fuentes, pero en el pasado no solían ser asunto de los titulares de prensa o los programas de opinión.
Para aproximarnos a este cambio se debe considerar que son muchos los actores que han dado relevancia a la pobreza en la agenda pública en los últimos años. En el ámbito de nuestras políticas públicas resulta ineludible comenzar la enumeración sin partir del “Programa de Enfrentamiento a la Pobreza” que acompañó, tardíamente, al Programa de Ajuste Económico en 1989: programas como la Beca Alimentaria abrieron espacio para discutir en torno a las condiciones de vida de los sectores populares del país y, sobre todo, sobre los mecanismos idóneos para atacarla. A partir de entonces en la agenda de las políticas públicas el tema no ha dejado de estar presente, aunque podamos identificar diversos enfoques. De hecho, las condiciones de vida de la población estuvieron en el centro de la campaña electoral de 1998 y lo ha seguido estando… al menos en el discurso oficial.
Otro actor interviniente ha sido el mundo académico, especialmente desde el inicio del “Proyecto Pobreza” del Instituto de Investigaciones Económicas de la UCAB, en el marco del cual se hizo un gran énfasis en la difusión pública de los resultados y propuestas de solución en diversos ámbitos. Otros actores como la Iglesia y el mundo asociativo también han tenido un importante papel en proyectar el tema en la agenda pública.
Las mediciones sobre la presencia de la pobreza en los medios impresos realizadas por Leopoldo Tablante muestran que la proporción de noticias relacionadas con este tema no es alto (menos de 10% de la muestra de artículos analizados), pero este valor cuadruplica la incidencia encontrada en un estudio similar en Colombia. Es, sin duda, uno de los temas candentes de nuestro debate público. Este estudio evidencia que el tratamiento del tema tiende a estar relacionado mayoritariamente con desastres naturales que hacen evidente la condición de penuria de ciertos grupos de la población, y no las consideraciones técnicas o políticas del fenómeno. Sin embargo, una de las cosas que considero especialmente llamativas, aunque quizás no sea el tema mayoritario en los medios, refiere a que en el marco de la creciente polarización política que nos acompaña, una discusión eminentemente técnica se ha convertido en noticia. Los periódicos publican en sus titulares las tendencias del porcentaje de pobreza. Los programas estelares de opinión discuten sobre el “verdadero” valor de la pobreza o del costo de la canasta básica. Todos nos sentimos libres de opinar sobre la confiabilidad de las fuentes oficiales de estadísticas sociales.
Esto debería ser una buena nueva para alguien como yo que ha dedicado buena parte de su vida laboral a contar pobres. Creo que precisamente esa historia personal con el tema me hace sentir que tanto énfasis en los números nos hace dejar muchas cosas fuera. Reducir la cuestión social a la magnitud y características de la pobreza puede hacernos perder de vista que esas carencias son un resultado de lo que ocurre en el sistema económico, en las políticas públicas, en la sociedad en su conjunto. Tanto mirar sólo a una parte de la población puede llevarnos, otra vez, a culpar a la víctima: son pobres porque estudian poco, porque tienen muchos hijos, porque no tienen actitudes “modernas”, porque no ahorran, porque trabajan menos.
Sé que es una batalla perdida, pero mejor que hablar de pobreza sería discutir sobre desarrollo social, sobre desigualdad de oportunidades, sobre los derechos sociales y su garantía en las políticas públicas concretas… Pero es mucho más sencillo llamar la atención del público a partir de un tema sencillo, de un dato concreto. Qué le vamos a hacer, a cada uno nos toca elegir nuestro molino de viento. Creo que éste es el mío.
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