Se cierra una puerta y quedas a oscuras. Sientes una
amenaza. Algo temible te sigue y tú huyes sin saber a dónde. Recodos, puertas, bifurcaciones.
Finalmente llegas a una escalera e intentas subir, pero están húmedas,
resbalosas. Tú estás en medias, por más que lo intentas patinas y no logras
subir. Jadeas y sientes la amenaza cada vez más cerca.
Te encuentras rodeado por una inmensidad de libros. Por sus
dimensiones, esta biblioteca te hace pensar que eres tú el acompañante de
Guillermo de Baskerville en esa aventura que creías haber olvidado ya. Te
emocionas, claro. Pero entonces recuerdas ese libro que creías tener y te das
cuenta que lo has perdido. Comienzas a buscar, caminar, tomar solapas al azar.
Y sientes culpa porque has debido cuidarlo. La ansiedad crece, ya no tienes
fuerza para seguir por los pasillos que dan a una sala, y a otra, y a otra.
Eres Penélope. No pudiste destejer más y tuviste que dar,
finalmente, el sudario por terminado. Hasta el último minuto tuviste esperanza,
pero tu Odiseo nunca regresó. Caminas resignada al encuentro del pretendiente
no deseado, quien ahora será tu esposo y rey.
Estás a punto de caer desde un alto risco, sólo estás
aferrado a una pequeña cornisa en la roca. Tus manos se humedecen con el sudor,
pero te mantienes ahí porque desde arriba se acerca una cuerda para ayudarte.
Cuando haces tu mayor esfuerzo y te balanceas para alcanzarla, apenas te roza y
la pierdes. Sabes que ese es el último instante antes de caer al abismo.
Siempre te despierta el olor a grama cortada o el canto de
las guacharacas. Cuando abres los ojos puedes ver que en ese momento está
saliendo el sol.
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