Convengamos que los problemas de tráfico son parte de la cotidianidad en todas las grandes ciudades del mundo. Sabemos que no existe el paraíso urbano sin congestión, pero el problema de Caracas es que lo real maravilloso se haga presente incluso en el entorno supuestamente moderno de una gran ciudad.
Abundan los ejemplos: vías que se inundan aun cuando no estén junto a un curso de agua; huecos descomunales en calles y autopistas, capaces incluso de tragarse un camión; puentes convertidos en refugio de motociclistas durante el mal tiempo, sin importar que el resto de los transeúntes necesiten pasar; distribuidores cerrados por las autoridades porque viene una comitiva de la CELAC o porque hay un concierto; derrumbes en las múltiples colinas que forman parte de nuestro entorno.Lo malo es que estas eventualidades no son esporádicas, nos hemos acostumbrado a que cotidianamente tengamos que soportar alguna catástrofe y a asumir con estoicismo el largo trámite de transitar por la ciudad. Alguien obligado a atravesar Caracas a diario, como es mi caso, se alegra cuando tardó “solo” 1 hora en volver a casa.
Esta situación es, por supuesto, otra evidencia de la ausencia de inversión en infraestructura: los caraqueños no hemos visto aumentos de nuestra vialidad en los últimos 20 años o más, pero además nuestra menguada red tampoco ha recibido el mantenimiento requerido. Nuestra precaria movilidad es consecuencia también de la inexistencia de políticas de transporte público que hagan atractivo dejar el carro en casa para moverse más rápido a través de la ciudad.
Mientras las políticas públicas brillan por su ausencia, la mayoría de los conductores se conforma con esperar largas horas en la autopista, pero también existimos los intrépidos dispuestos a transitar por los caminos verdes del oeste de Caracas. La polarización, la segmentación y desconocimiento de la ciudad y, sobre todo, el miedo al otro impiden que muchos se atrevan a abandonar la autopista. Conste que este no es un lugar seguro: tan frecuentes son los robos en el tráfico que muchos han decidido llevar en el carro una segunda cartera (con algo de dinero pero sin tarjetas bancarias o documentos) y un segundo celular para tener algo que entregar al asaltante sin incurrir en pérdidas importantes.
Quienes nos atrevemos a usar la Cota 905, la Av. San Martín, la Av. Bolívar, la Av. Lecuna y mi atajo favorito (cuyo nombre y ubicación no revelaré para que siga siendo la ruta de escape perfecta, sólo para iniciados) nos arriesgamos a que la aventura salga mal, pero en la mayoría de los casos logramos sortear el caos de la autopista y llegar más temprano. En cuanto a la seguridad, a mí en el oeste de la ciudad sólo me han asaltado una vez y fue hace más de 15 años en un carrito por puesto. Me robaron un celular hace unos meses, pero no fue en ninguna de estas incursiones, sino a pocas cuadras de la casa de mis suegros, temprano, en una zona supuestamente tranquila y de clase media.
Al final, me entristece que hayamos abandonado más de media ciudad, al punto que ni siquiera sabemos movernos por ella si no es a través de los diversos pasadizos entre nuestros enclaves, sea el Metro o la Autopista Francisco Fajardo. Nos perdemos así la posibilidad de saber que, después de todo, no somos tan distintos. ¿Cómo podemos construir un país para todos si no nos encontramos ni siquiera en las calles aún cuando habitamos la misma ciudad?
La pregunta de las mil lochas... ya no sólo es como llegamos a nuestro destino que se ha vuelto una travesía sino como convivimos en nuestra comunidad reconociendo que hasta cierta hora se puede salir y que los vecinos que están allí no son los mismos de hace 10 años para acá.
ResponderEliminarSe ve tan complicado construir un país sabiendo que un gran grupo de venezolanos viven de lo que el otro haga por ellos, esa dependencia casi absoluta solo deja ver que el rumbo no esta en las propias manos.
Es aun mas triste para mi cuando converso con estudiantes sobre el ir a una comunidad popular y hacer trabajo comunitario y su respuesta sea "yo para allá no voy" y es cuando me pregunto ¿qué país se puede construir sabiendo que "algunos estudiantes" rechazan de forma absoluta el conocer la realidad de los menos favorecidos?
Desconocer la ciudad, las rutas, las personas y hasta las tradiciones se ha convertido en el pan de cada día... por eso es tan complicado el cómo se construye... pero considero preguntarnos: ¿Vale la pena construir un país, como tu lo harías?
Yo te diría que por supuesto vale la pena! Ahora bien, intervenir sobre la segmentación de la ciudad y el cada vez mayor desconocimiento entre sectores que se creen distintos, es todo un reto, algo que no se lograría en el muy corto plazo. Desde la planificación urbana que promueva usos mixtos y distintos tipos de vivienda conviviendo en zonas aledañas, el transporte público, ocio, seguridad, tantas cosas.
ResponderEliminarFíjate que digo "creen que son distintos". En un aula de clase universitaria conviven muchachos de muy diversas zonas de la ciudad y ninguno siente que el otro es un alien. El reto es propiciar muchos más espacios de encuentro, valorarlos, mantenerlos.
Me atrae la manera en cómo el "solo me tardé una hora" haya trascendido a todas las esferas de la vida ciudadana a manera de justificación, como si decir "solo me atracaron una vez" justificara nuestra suerte en la inseguridad que envuelve a nuestro entorno. Tristemente, en eso se ha convertido nuestra cotidianidad. En lo que respecta al punto central de este escrito, me considero una víctima más de muchas cosass. Víctima de los lugares que no transito que, por miedo a lo desconocido, sigo sin atreverme a hacerlo (aunque en casos extremos la vena aventurera se apodere de mi). Resulta deprimente presenciar el desgaste de nuestras vidas materializado en el desgaste de la infraestructura vial, aún cuando se han pronunciado normas y promulgado leyes que no se cumplen. Una propuesta que me parece muy interesante, sería remediar el caos del tráfico citadino por vías alternas. Si bien resulta muy difícil expandir la red de calles y autopistas, una solución viable sería optimizar el servicio de correo nacional. De esta manera, menos personas saldrían a la calle a hacer "diligencias", el número de motorizados se reduciría considerablemente, y esto contribuiría a la mejora del tráfico citadino. Por los momentos, las armas que nos quedan son la paciencia para sobrellevar la situación actual, y la esperanza de cualquier política pública que plantee alguna solución.
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