En un post anterior les había comentado la importancia de
los planteamientos de Marx en el desarrollo de los estudios sobre
estratificación social en la sociología del siglo XX (y XXI). Y ello no se debe
únicamente a que los sociólogos posteriores hayan tendido a clasificarse como
marxistas o no marxistas. Uno de los pronósticos de Marx sobre el desarrollo
futuro de las sociedades capitalistas era su tesis de la pauperización: la
creciente acumulación de capital iría acabando progresivamente con las clases
pre-capitalistas (especialmente, la pequeña burguesía) y dejaría un desolador
paisaje de amplísimas desigualdades cuando solo quedaran los muy ricos
burgueses y el proletariado empobrecido. Y no hace falta ser anti-marxista para
reconocer que esta tesis no se cumplió, porque si hubo algo característico del
siglo XX fue, justamente, el crecimiento de la clase media asalariada.
Frente al dato
empírico, incuestionable, de las clases medias urbanas en las sociedades
occidentales la pregunta de las sesenta mil lochas era (y sigue siendo): ¿cómo
definir a la clase media? Frente a este cuestionamiento ha habido múltiples
respuestas: desde la distinción entre propiedad de los medios de producción y
la autoridad dentro del proceso productivo (Dahrendorf), el concepto de “nueva pequeña
burguesía” (Poulantzas) hasta las formulaciones más contemporáneas que proponen
esquemas de estratificación complejos, en los que diversas dimensiones -capital
social y cultural / nivel micro y macro- explican la posición social de los
actores (Bourdieu, Giddens), o concepciones más amplias de la explotación que
intentan explicar la obtención de parte de las utilidades por parte de
trabajadores con alto conocimiento técnico o en posiciones de autoridad (E. O.
Wright) o los riesgos en las distintas modalidades de contratos de trabajo y la
captura de renta por parte de ciertos tipos de asalariados (Goldthorpe).
Luego de este muy
apretado resumen de algunas de las principales propuestas que desde la
sociología se han hecho para conceptualizar la población que llamamos “clase
media”, debo decirles que este interés no solo sigue vigente, sino que se ha
acrecentado en años recientes. Desde los organismos multilaterales se ha
constatado como a lo largo de la última década los países de América Latina y,
en general, los países en vías de desarrollo, está creciendo la proporción de
población cuyos niveles de vida están por encima de los umbrales de pobreza.
Los pobres parecen ser menos importantes en términos relativos.
Los recientes trabajos
de Castellani y Parent (2011), Cruces, López Calva y Battiston
(2011), Conconi
et al. (2007), así como el último número de la revista Pensamiento Iberoamericano (2012) y el muy reciente informe del Banco Mundial sobre la movilidad social y la clase media en
la región, dan cuenta de los esfuerzos realizados para la medición de los
cambios ocurridos en América Latina, producto tanto del crecimiento económico
registrado en la última década, como de la ampliación de programas de
transferencias condicionadas, especialmente en Brasil y México.
Todas estas
investigaciones parten de una definición de las clases sociales basada en el
ingreso. Para no entrar en detalles sobre las diferencias, que son pocas, la
clasificación propuesta por el informe del Banco Mundial es como sigue: pobres
(ingreso per cápita menor a 4$ diarios); vulnerables (ingreso entre 4$ y 10$
diarios); clase media (ingreso entre 10$ y 50$ diarios) y la población restante
sería la acomodada o clase alta. Entre clase media y vulnerable se agrupa el
68% de la población de América Latina.
La elección de estos
umbrales de ingreso se basa en el análisis de la movilidad en torno a la línea
de pobreza: se consideran parte de la clase media a aquellos hogares cuya
probabilidad de caer en pobreza es menor a 10%. Sin entrar a discutir la
pertinencia de estos puntos de corte, me preocupa qué tan sólida es la
conceptualización planteada. Para ello debo volver a las diferentes formas de
definir las clases sociales.
Al tratar de hacer un
recuento sobre las diversas teorías sobre la estratificación que se han
propuesto en la sociología, me ha parecido insuficiente partir de la dicotomía
marxistas – weberianos que es común en la literatura. Esta división impide
reconocer los puntos en común entre diversos autores y obliga a dejar fuera de
la clasificación algunos autores y propuestas. Por ello he propuesto la
siguiente clasificación:
Al cruzar las
categorías: 1) factor en el que la teoría propone que se basan las
desigualdades sociales y 2) existencia de conflicto entre las clases, obtenemos
cuatro grupos de teorías. Para no alargarme, quisiera centrarme en el cuadrante
superior derecho, que aparece solo con un guión. A mis estudiantes suelo
decirles que si una teoría considera que las desigualdades son sólo económicas
y no propone la existencia de conflicto, dominación u otra forma de relación
entre las clases, allí no hay sociología. En este cuadrante estarían todos los
nuevos estudios propuestos sobre clases sociales en América Latina.
Si las clases se
definen únicamente por sus niveles de ingreso o consumo, ¿podemos distinguir
con ellas grupos cualitativamente distintos en cuanto a identidad, conductas o
actitudes? No lo parece, en estos mismos estudios no se logró identificar un
conjunto de valores específicos de la clase media en la región. Pero, más aún,
si un hogar o un grupo de población alcanza un ingreso de clase media, ¿podemos
suponer que ha cambiado su situación socio-económica de forma significativa y
sostenible en tiempo? Para responder esto, resulta interesante el caso español:
si la adscripción de clase se basara solo en el ingreso, resultaría difícil explicar
el empobrecimiento que ha resultado de la crisis. ¿Está causado por factores
estructurales o son solo experiencias individuales de desclasamiento o mala
suerte?
Frente a esta
conceptualización tan restrictiva sobre la clase media en América Latina,
contrasta el nuevo esquema de clases sociales que propone la Asociación
Británica de Sociología, que incluye ingreso, tenencia de la vivienda y activos del hogar, así como indicadores de capital social y cultural. Siendo que
muchos de estos indicadores están disponibles en las Encuestas de Hogares de la
mayor parte de los países de la región, no parece haber justificación para
crear clasificaciones con muy débil sustento teórico y escasa capacidad
explicativa.
CULTURA,EDUCACIÓN ,COMPROMISO CON EL DESARROLLO DEL PAÍS,SENTIDO DE PERTENENCIA CREO QUE HAN DE TOMARSE EN CUENTA,LO ECON{OMICO ES IMPORTANTE PERO EL SER,ES SOLO CIFRAS?
ResponderEliminarA los investigadores no nos queda más remedio que resumir la realidad en cifras para poder entenderla. Si hay un tema desafiante es cómo medir las condiciones de vida de la población, sea para identificar pobreza o clases sociales. La mayorías de las propuestas de clasificación se basa en la ocupación, algunas empiezan a incluir otros elementos de consumo cultural, identidad, etc. Saludos y gracias por leer!
EliminarCreo que la clasificación debe considerar la capacidad del hogar para producir riqueza en su contexto.
ResponderEliminarEn las ciudades venezolanas de hoy,mi opinión -nooo experta- es que debe incorporarse como factor clave la capacidad de hacer vida productiva en el mundo digital. Si una persona adulta económicamente activa no sabe usar internet para potenciar su capacidad de producir riqueza, si no sabe cómo agregar valor a su carrera o su negocio utilizando las redes sociales y plataformas o páginas web; está en desventaja para producir mantener su riqueza, aún cuando tenga una profesión u oficio que hoy le permitan mantenerse. En 5 años, muy probablemente habrá sido sustituido en su propio mercado natural por nuevos competidores que llegaron vía web y se hicieron una reputación, e inevitablemente con parte de su mercado. Creo que para saber si un hogar venezolano tiene esperanza de mantenerse en la clase media o salir de la pobreza para los próximos 10 años, la pregunta sobre usos de internet por el líder del hogar, es indispensable.