Quizás debería empezar por disculparme con los lectores, porque una socióloga venezolana que escribe un blog sobre Venezuela no tendría que estar escribiendo sobre el reciente comunicado de ETA donde anuncia el fin de la lucha armada. Pero esta es una noticia que me toca muy en lo personal, porque viví en el País Vasco entre 1997 y 2001, así que el papel de ETA, el nacionalismo, la intolerancia no me los contaron, yo los presencié en vivo y en directo.
Hay varias cosas por las que mis años en Bilbao y San Sebastián fueron especialmente importantes. Era mi primer viaje a Europa, estaba ávida de ver el mundo, de conocer cosas nuevas, de integrarme a ese nuevo país. Además estaba recién casada y mientras éramos estudiantes en el extranjero vivimos una larguísima y feliz luna de miel.
Sobre esos años aún hoy los amigos me preguntan si aprendí euskera, ante lo cual mi honesta respuesta es no. Sólo sé conjugar el verbo ser en tiempo presente, contar hasta cinco y un vocabulario básico de subsistencia: abierto/cerrado, entrada/salida, baño, buenos días, adiós, gracias, por favor, no fumar, bienvenido. A pesar de no haber aprendido el idioma, no me perdía una feria agrícola o fiesta de pueblo, me volví adicta a las alubias y al talo con chorizo, a los txipirones, al bacalao a la vizcaína, al queso de idiazábal, a la sidra y las morcillas. Celebramos la inauguración del Guggenheim en Bilbao. Me inscribí en la universidad en cursos de historia del país vasco, me encantaba ir a las sociedades gastronómicas donde eran socios los amigos, comí pintxos y hasta me atreví alguna vez a bailar trikititxa.
Pero los recuerdos de esos años no son sólo fiesta, comida, amigos. Llegamos a Bilbao pocos meses después de la muerte del concejal Miguel Angel Blanco y presenciamos el inicio de las movilizaciones masivas de la sociedad vasca en repudio de la violencia. Vimos crecer el Foro de Ermua y las manifestaciones silenciosas de Gesto por la Paz. Pero también vivimos el miedo: por ejemplo, estar aterrada porque hay un maletín abandonado en el ascensor y sólo te diste cuenta cuando la puerta se cerró, o hacer una llamada anónima a la policía porque hay un artefacto “raro” en el contenedor de la basura frente a tu edificio, encontrar a la kale borroka haciendo destrozos mientras vas caminando a casa luego de haber ido de marcha y alejarte rápidamente para no ver quiénes son (y que ellos no te vean), ver los manifestantes a favor de ETA pasar frente a tu portal, pero también a los manifestantes en contra. Saber que hay zonas de la ciudad a las que no pueden acercarse quienes tienen cierta posición política. Leer en la prensa los titulares sobre los atentados y los muertos: policías, políticos, periodistas… nadie parecía estar a salvo de la amenaza, sólo por pensar distinto. En este caso, por tener posiciones públicas en contra de la violencia y el terrorismo, por no comulgar con la ideología del nacionalismo. Nos alegramos por la tregua de ETA a comienzos del 98 y nos entristecimos junto con todos los vascos cuando se reiniciaron los atentados. Fue mi primer encuentro con la intolerancia, la polarización, el no reconocimiento del otro que marcaría, sin duda, mi forma de ver al país cuando llegué en 2001… justo para vivir, también en vivo y en directo, nuestra propia versión de la intolerancia a partir del 14 de abril. Pero esa es otra historia.
Hace ya diez años que estoy de vuelta en Venezuela. Pero en este tiempo he intentado seguir al tanto del devenir de esa que fue mi segunda casa. Por eso, para mí el anuncio de ETA ayer es una gran noticia que recibo esperanzada. Ojalá que sin la amenaza terrorista a cuestas la sociedad vasca sea capaz de aprender a convivir en la diversidad de orígenes y de posiciones políticas. Que haya lugar, respeto y libertad para todas las formas de pensamiento. El reto es tremendo, no será fácil reconciliar a los familiares de las víctimas y a los perseguidos con los que hasta ayer empuñaban las armas en su contra. Pero me gusta pensar que es posible.
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