Han pasado dos meses desde el 12 de febrero, cuando la cotidianidad de buena
parte del país se convirtió en otra cosa. A nuestros problemas, se ha sumado
ahora la violencia política; la represión desproporcionada e indiscriminada, el
enfrentamiento entre partidarios de las distintas opciones políticas,
urbanizaciones incomunicadas, desconfianza e intolerancia, incluso entre
quienes defienden una misma posición.
Mientras este panorama de crispación es permanente en las zonas en donde
protestas y represión son el pan de cada día, en las barriadas populares la
vida transcurre con pocos cambios: las protestas son, en el mejor de los casos,
un rumor lejano, ajeno. Hay otras preocupaciones más apremiantes como lograr
que la platica rinda o dónde conseguir leche, harina o aceite.
Cuando se habla de polarización se piensa en primer lugar en la división
entre partidarios del chavismo y de la oposición. Pero la brecha entre los
ciudadanos no es solo un tema de preferencia política: la forma de entender los
problemas que enfrentamos todos, a quién atribuimos la responsabilidad y, sobre
todo, cómo pensamos que pueden resolverse. Las encuestas más recientes muestran
que ha crecido la atribución de responsabilidad al gobierno y, especialmente,
al presidente Nicolás Maduro sobre los problemas económicos que atravesamos,
pero ello no se traduce en apoyo automático a la oposición.
Precisamente debido a esto, en estas semanas no todo han sido
concentraciones, marchas y guarimbas. Los estudiantes se han abocado también a
informar sobre las dificultades que atravesamos mediante volanteos y
pancartazos. Pero transmitir el mensaje no es sencillo. Cuando tuve la
oportunidad de presenciar la reacción frente a los volantes en la línea 2 del
Metro de Caracas, encontré con sorpresa la renuencia de muchos pasajeros a
recibirlos, o quienes los recibían diciendo al de al lado “estos son los
violentos”. Pero estas mismas personas seguían en el trayecto quejándose por la
escasez y la inflación, criticando con dureza los resultados de la gestión del
gobierno. Hay tanto en común, pero parece tanta la distancia.
Luego del terrible saldo de muertos, heridos y detenidos que arrojan las
últimas semanas, con la segunda visita de los cancilleres de UNASUR se ha
abierto la posibilidad de un diálogo. Iniciativa que es vista con recelo por
los radicales de ambos bandos que creen posible un desenlace en que el
adversario es derrotado y desaparece del juego. Pero a la luz de los
acontecimientos recientes, tal escenario luce improbable: ni el gobierno ha
tenido capacidad para doblegar a la población que le adversa, ni la oposición,
aun en el caso de ser gobierno, podría ignorar a la base del chavismo. Estamos
condenados a convivir y, por tanto, a construir lo público a través del diálogo
entre personas diversas en sus intereses, historias y posiciones. Es decir,
nuestra única salida pasa por el mundo que podemos construir para todos a partir
de la palabra: la política.
(*) Publicado hoy en la columna "Acuerdo Social" de Últimas Noticias
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