domingo, 7 de octubre de 2012

Amanecer


Se cierra una puerta y quedas a oscuras. Sientes una amenaza. Algo temible te sigue y tú huyes sin saber a dónde. Recodos, puertas, bifurcaciones. Finalmente llegas a una escalera e intentas subir, pero están húmedas, resbalosas. Tú estás en medias, por más que lo intentas patinas y no logras subir. Jadeas y sientes la amenaza cada vez más cerca.

Te encuentras rodeado por una inmensidad de libros. Por sus dimensiones, esta biblioteca te hace pensar que eres tú el acompañante de Guillermo de Baskerville en esa aventura que creías haber olvidado ya. Te emocionas, claro. Pero entonces recuerdas ese libro que creías tener y te das cuenta que lo has perdido. Comienzas a buscar, caminar, tomar solapas al azar. Y sientes culpa porque has debido cuidarlo. La ansiedad crece, ya no tienes fuerza para seguir por los pasillos que dan a una sala, y a otra, y a otra.
Eres Penélope. No pudiste destejer más y tuviste que dar, finalmente, el sudario por terminado. Hasta el último minuto tuviste esperanza, pero tu Odiseo nunca regresó. Caminas resignada al encuentro del pretendiente no deseado, quien ahora será tu esposo y rey.
Estás a punto de caer desde un alto risco, sólo estás aferrado a una pequeña cornisa en la roca. Tus manos se humedecen con el sudor, pero te mantienes ahí porque desde arriba se acerca una cuerda para ayudarte. Cuando haces tu mayor esfuerzo y te balanceas para alcanzarla, apenas te roza y la pierdes. Sabes que ese es el último instante antes de caer al abismo.
Siempre te despierta el olor a grama cortada o el canto de las guacharacas. Cuando abres los ojos puedes ver que en ese momento está saliendo el sol.   

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