viernes, 30 de septiembre de 2011

El año que compramos en peligro

La experiencia extrema comienza con la elaboración de la lista de mercado: frutas, verduras, productos de limpieza, víveres… algunos de los cuales son estrellas de un fenómeno mediático llamado escasez. Me refiero al aceite de maíz, la harina precocida, la leche en polvo, el azúcar, entre otros productos que escasean menos o que no necesitamos tanto, no sé.
Comprar en el supermercado se ha vuelto una experiencia única, providencial en cada edición (semanal, quincenal, a gusto del consumidor) por dos razones. La primera fuente de emociones intensas es el rally por los pasillos buscando completar el contenido de la lista. La rebatiña y el racionamiento cuando al fin llega alguno de los productos escasos, la búsqueda de productos sustitutos, los malabarismos para garantizar la dieta mínima de los chamos, sobre todo cuando no hay mucho tiempo para andar peregrinando por la ciudad, como es mi caso. Finalmente uno se va acostumbrando a comprar lo que hay y a ajustar la cocina a lo que se logró encontrar en la semana.
Pero eso no es todo, quizás ni siquiera es lo principal. Hace falta un verdadero temple de acero cuando llega la preocupación referente al precio… “¿cuánto gastaré esta semana? ¿me alcanzará con los cestaticket?”. Emoción que se inicia al empezar a llenar el carro, cuando cada quien va llevando su estimado por cada ítem añadido, y  dura hasta el último minuto, mientras la cajera va pasando producto por producto y el comprador la detiene en varias ocasiones, “¿cuánto va hasta allí?”. Incluso el suspenso llega hasta el momento de decidir la forma de pago: “¿pasará la tarjeta de crédito?”. No en pocas ocasiones he presenciado un final trágico, en el que el apesadumbrado cliente, luego de amargar la existencia de todos los que estamos en la cola por el retraso, se aleja dejando toda o parte de su compra sobre el mostrador.
Ojalá todo lo anterior fuera ficción, ojalá fuera un montaje mediático con propósitos políticos. Pero la realidad es que la inflación sigue siendo un fenómeno que castiga duramente el bolsillo de los ciudadanos; 26,53% de incremento en los precios de agosto 2010 a agosto 2011 según los datos oficiales del Banco Central de Venezuela. Y en el rubro de alimentos y bebidas la inflación es aún mayor: 29,29% según esta misma fuente. Si bien el Ejecutivo Nacional ha intentado hacerle frente con un prolongado control de precios, estas medidas no sólo han tenido un bajísimo impacto sobre la tendencia inflacionaria, sino que además son responsables del creciente desabastecimiento de productos básicos que Datanálisis estima en 21,3% y que en algunos rubros es aún mayor: el aceite de maíz y la leche en polvo están ausentes en 40% de los locales revisados en el marco del estudio.
En este contexto, las familias asalariadas (que no reciben aumentos que compensen la inflación) son las más castigadas y quienes ven mermar mes a mes la capacidad de compra de sus ingresos. No hace falta ser pobre o desempleado (aunque es cierto que estos grupos lo sufren más), a todos nos toca nuestra parte en el thriller económico de nuestros tiempos.

2 comentarios:

  1. ¡Es horrible! desgastar tanta energía en algo tan simple y rutinario para otra gente.

    Para mi es un agobio ir al super...hay mucha gente y muchos pasillos, muchas cosas. Voy con mi hijo de 2 años que lo que le encanta es estar en el parque echando vaina con su moto y tenerlo metido allí representa un desgaste de energía para mí.

    Aquí la pobreza esta en algunas personas que no saben como recibir los cambios, miran a muchos como diferentes, por tener otra "raza" u otro idioma, otro color, otra religión...esa pobreza de la gente a veces pega en el alma, porque aunque hay de todo en el super, hay escasez de humanidad y para mí eso tambien es terrible:

    Un besito guapa!!!

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  2. Tienes toda la razón, la escasez de tolerancia también es un gran lío! Gracias por leer y comentar. Un saludo!

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